De Hoorn a Kaap Hoorn

Sep 20

#2:
partida falsa

Publiziert am 20:20
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David fue aceptado para un Magister en Psicología en la Universidad de Valencia, y sus clases ya comenzaron hace un par de semanas. Él y Daniela han viajado hoy a España. Fabiola debió viajar a Chile para estar junto a su familia, que pasa por momentos difíciles con la enfermedad de la abuela.

Así las cosas, me he quedado sólo y sin tripulación, sin mas compañía que el yate, en el puerto deportivo de Scheveningen, al oeste de La Haya (Den Haag en “dutch”).

Estoy a la espera de terminar con algunas reparaciones en el motor, y de recibir a la nueva y flamante tripulación: Daniela Salles, Fabiola Torres, Carlos Ruiz, Cristian Loewe y Cristian Villablanca (sí, seremos tres los Cristianes a bordo), para continuar a la isla Hornos.

La historia que sigue parece tomada de algún viaje de Simbad el marino, y es lo que ocurrió los tres días posteriores a nuestra salida de los talleres de De Gier Maritiem.

El domingo 9 de septiembre zarpamos con las primeras luces del amanecer.

Justo antes de despertar soñé que el yate encallaba en un bajo, en momentos en que intentábamos alcanzar el Mar del Norte pasando entre las islas que limitan el norte de Holanda.

Como un auténtico hombre de mar, me dejé seducir por la superstición y cambié a último minuto mis planes. Zarparíamos hacia el sur, en demanda de Amsterdam, y no hacia el norte, como había sido mi plan original, tal como salió publicado en nuestro primer reporte de expenews.

La ruta por Amsterdam se internaba en una red de canales, ofreciendo mayores obstáculos que la ruta por el norte (puentes, diques, alto tráfico portuario) pero era en una quinta parte más corta.

Tomada la decisión, zarpamos de Enkhuizen en dirección al sur. Con viento de través, pasamos frente a Hoorn, Volendam, Monnickendam y Marken, todos sitios por los que habíamos deambulado por cerca de un mes.

Llegando a Amsterdam, nos internamos por el Canal del Mar del Norte (Nordzeekanaal), que cruza por el centro de la ciudad.

Un primer obstáculo estaba a la vista: el puente de una avenida de Amsterdam. Llamamos al operario por canal 60 VHF, para que detuviera el tránsito y lo levantara. Luz roja para los autos, y luz verde para nosotros. El puente se levantó y cruzamos la avenida con nuestros altos mástiles sobrepasando el nivel de la calle.

Luego entramos a una exclusa, donde nos amarramos a esperar que subiera el nivel del agua. Saliendo de la exclusa ya estábamos en pleno centro de Amsterdam. Pasamos frente a la Estación Central, eje de los anillos concéntricos que forman los canales de esta ciudad, conocida como la “Venecia del norte”.

Ahora navegábamos hacia el Oeste, por el Nordzeekanaal, cruzando el centro de Holanda, de oriente a poniente. En la ruta iban apareciendo grandes centros portuarios, y al final del canal, una última exclusa, la que nos separaba del Mar del Norte.

Se abrieron las compuertas y salimos a una pequeña bahía artificial, defendida por dos molos de contención en forma de pinzas. Pasando esas defensas, el Mar del Norte (Nordzee) nos recibió en su inmensidad, con un atardecer de calma absoluta... la calma antes de la tormenta.

Con la última luz, se levantó algo de viento sur, así que cazamos bien las escotas y pusimos proa al Canal de La Mancha. Daniela quedo al timón, y yo me fui a dormir, para relevarla más tarde. Habían pasado casi cinco horas de sueño profundo, cuando desperté con una violenta escorada. Salí rápido a cubierta. La velocidad del viento se había incrementado rápidamente, hasta alcanzar poco más de 20 nudos. Aun cuando podíamos continuar navegando a vela, de ceñida, preferimos enrollarlas y navegar a motor, en razón de la gran cantidad de obstáculos que había en la ruta, y la poca experiencia que todavía teníamos con este yate de 17 metros de eslora y 25 toneladas de desplazamiento.

El Mar del Norte es muy bajo en esta zona, con profundidades que no superan los 30 metros, y los obstáculos para la navegación son numerosos: gran cantidad de bollas que señalizan bajos y otros peligros, grandes espacios marinos de uso militar y de acceso restringido, extensas granjas eólicas, con un centenar de enormes molinos de viento que emergen desde el fondo del mar, y numerosas plataformas de petróleo y plantas de refinamiento, cuyas llamas danzan fantasmagóricas en el horizonte.

Sin embargo, ninguno de esos escollos dificultaba tanto la navegación a vela como la gran cantidad de buques mercantes que entraban y salían a gran velocidad del puerto de Rotterdam (Europoort), el puerto más grande de Europa, y el segundo más grande del mundo después de Shanghái. Los buques venían de todas partes, y en algunos casos, sólo sus luces verdes o rojas nos permitían adivinar su rumbo. La famosas normas internacionales para evitar abordajes, que da preferencia de paso a los veleros, acá de nada valía.

Entonces tomé el timón y me fui esquivando todos esos escollos, a motor, hasta quedar a la cuadra de Rotterdam. Encontrándonos en ese punto, cerca del amanecer, el motor se detuvo de golpe. El mar se movía violentamente, y el yate, al garete, se escoraba hasta los 60° o más. Inspeccionamos los indicadores del motor, y la temperatura y presión de aceite se mostraban normales. Tratamos de inspeccionarlo, entrando a la sala de máquina, pero estaba demasiado caliente como para tocar cualquiera de sus partes.

Lancé el ancla con toda la cadena, y quedamos un tiempo al garete. Observando la cubierta, nos dimos cuenta de que una de las escotas de la Génova, que estaba demasiado larga, había quedado suelta durante una maniobra, y se había caído al agua con el movimiento del yate, encorbatándose en la hélice.

Las escotas de la Génova tenían un nudo en el extremo que llega a la bañera, que hacían imposible que ellas cayeran al agua porque ese nudo quedaba trabado en una polea al costado de la bañera. Sin embargo, esa escota había sido desanudada un poco antes de zarpar, para cortar un trozo de muestra, para comprar una escota nueva. La compra nunca se efectuó y la escota quedó así, sin el nudo de seguridad.

David y Daniela se quedaron de guardia, y yo me fui a dormir por un breve lapso. La deriva nos arrastraba con fuerza en dirección al norte. Hacia la tarde, izamos las velas y comenzamos a navegar hacia Amsterdam. El plan era llegar a la entrada del Nordzeekanaal, y virando dentro de la bahía artificial, hacia el molo norte, pondríamos la proa al viento al momento de que lanzaríamos el ancla. En ese sitio quedaríamos al resguardo del fuerte oleaje, lo que nos permitiría tirarnos al agua y liberar la hélice de la cuerda encorbatada, para luego continuar viaje a Francia.

Navegamos toda la noche a vela, pasando entre granjas eólicas y barcos mercantes que parecían edificios flotantes. Al alba, ya estábamos muy cerca del Nordzeekanaal, y estábamos totalmente coordinados para ejecutar la maniobra con la mayor precisión posible. Yo al timón, David en el ancla, y Daniela junto al winche, lista para enrollar la mayor, que era la única vela con la que ejecutaríamos la maniobra.

Conforme nos acercábamos a la boca occidental del Nordzeekanaal, el viento oeste comenzó a intensificarse rápidamente. Entrando a la bahía, comencé a caer a estribor, y avancé para ponerme en un punto adecuado, al abrigo de las olas, para así caer con fuerza a estribor, poniendo proa al viento.

A pesar de que pasé muy cerca de la entrada, casi pegado al molo, el fuerte viento me hizo derivar demasiado a babor, dejándome muy cerca del centro del canal.

Tenía sólo algunos segundos para decidir entre insistir en la maniobra, o escapar de la bahía.

Diez segundos más tarde un escape sería prácticamente imposible, sólo a vela y sin motor.

El viento seguía incrementándose y dudé por un instante en la seguridad de entregarnos por entero al trabajo del ancla. Si el ancla garreaba, iríamos a parar al fondo de la bahía, estrellándonos contra el molo rocoso, o peor aún, contra alguna embarcación.

En seguida trasluché a babor, cacé fuertemente las escotas y puse rumbo al norte, navegando de ceñida, paralelo a la costa.

En apariencia nos estábamos alejando de la costa, ya que la proa apuntaba hacia el mar. Sin embargo, el GPS nos indicaba otra cosa. La fuerte deriva del viento y de la marejada, nos estaba empujando lentamente hacia la costa. Cazamos las velas todo lo que pudimos. Sin embargo, con ello no lográbamos revertir la situación. Viramos y pusimos proa al sur, pero la situación era exactamente igual.

Lentamente nos íbamos aproximando a la costa. A simple vista el efecto era imperceptible, pero el GPS no dejaba lugar a dudas. Nuevamente viramos al norte, luego hacia el sur, pero no parecía haber diferencia. La costa estaba perfectamente barloventada, y ya comenzábamos a sentir el efecto de las rompientes sobre el casco.

No puedo decir con precisión durante cuántos minutos estuvimos en ese trance, ya que perdí toda noción del tiempo. Estábamos decididos a llegar hasta el final en la batalla por separarnos de esa costa, cuya apariencia era la de una extensa playa de baja pendiente.

Nuestra última chance para salvar el yate sería levantar la orza retráctil, y caer hacia la playa de proa, a la mayor velocidad posible.

Sin embargo, esa delicada maniobra no llegó a ser necesaria. El viento, para nuestra fortuna, comenzó a rolar tímidamente hacia el norte, lo que nos permitió comenzar a separarnos centímetro a centímetro de la costa, navegando hacia el sur, con todas las velas desplegadas y cazadas al máximo posible.

El rumbo adecuado para lograr separarnos de la costa era milimétrico. Si orzaba un par de grados, perdía velocidad y me ganaba la deriva. Si arribaba un par de grados, me ponía en dirección a la costa.

Así, y a una velocidad de hasta 9 nudos, fuimos avanzando hacia el sur. Luego de varias horas finalmente nos encontrábamos a una distancia de entre cinco y siete kilómetros de la costa.

El plan ahora consistía en hacer un intento similar en el canal Nieuwe Waterweg, que comunica al Mar del Norte con Europoort (Rotterdam). La idea era entrar en el canal, y caer a alguna de sus costas fangosas, poniendo proa al viento y lanzando el ancla.

La dificultad de ese plan era evidente: el altísimo tráfico de barcos. Nuestra maniobrabilidad a vela era muy limitada, especialmente por el tamaño de nuestro yate, inusualmente grande. Adicionalmente, tendríamos que ejecutar el plan de noche, ya que no alcanzaríamos a llegar con luz de día.

Alcanzando la entrada del Nieuwe Waterweg, nos decidimos por un plan más sensato. Buscamos los bajos que se ubican en el lado norte del Nieuwe Waterweg, con profundidades de hasta 5 metros, y tiramos el ancla con toda la cadena. Estando en la desembocadura de grandes ríos como el Rihn, el fondo debía ser bueno para el ancla. Adicionalmente, la poca profundidad nos pondría fuera de la ruta de los grandes mercantes.

Una vez lanzada el ancla, nos quedamos largo tiempo observando el GPS, atentos y listos para salir navegando a vela. Nos manteníamos inmóviles en un punto. Durante la noche el yate dio fuertes cabeceos con el mar de fondo, forzando la cadena y el ancla al máximo. Nos turnamos en la observación del GPS, hasta que comenzó a amanecer.

Por radio llamamos a la radio estación de Europoort para que enviara un remolcador a buscarnos. A los 20 minutos llegó la guardia costera Holandesa, en dos grandes lanchas semirrígidas.

Fue imposible izar el ancla y tuvimos que cortar la cadena.

Los guardacostas nos pidieron que navegáramos hacia La Haya. Nuevamente en ceñida, navegamos hacia el norte. Uno de los guardacostas que nos acompañaba en el yate vomitó hasta las tripas.

A la cuadra de La haya, enrollamos las velas y nos amarramos a uno de los semirrígidos, que nos condujo hasta uno de los muelles de la marina de Scheveningen.

Nos dejaron y se fueron, No hubo preguntas, ni facturas. Solo buena onda.

En Scheveningen liberamos la hélice, pero el motor continuó sin partir. Lo revisamos con un mecánico, y el problema estaba en los inyectores, que se habían tapado con la suciedad del diesel, que en Holanda es biodiesel en un 15%, con gran cantidad de impurezas. También es probable que el estanque de 1000 litros haya estado sucio luego de años o quizás décadas sin mantenimiento, y el movimiento del yate haya levantado esa suciedad.

Ya limpiamos todas las mangueras, pero aún falta limpiar el interior del estanque, para lo que tendremos que “entrar a picar”.

Durante las viradas en el Nordzeekanaal se soltó un calcetín de las crucetas, lo que ocasionó una pequeña rajada en la Génova, la que ya fue reparada en los talleres de Scheveningen.

Antes del 26, el motor del yate y sus componentes debieran estar en perfectas condiciones para continuar camino.

David y Daniela fueron grandes tripulantes en esta “partida falsa”, y su tenacidad fue esencial para llegar a puerto. Siento un gran cariño y admiración por ellos, y espero tenerlos de regreso a bordo, para compartir nuevas singladuras.

Durante la última semana, nos dedicamos a recorrer La Haya. Visitamos la embajada de Chile y los edificios históricos, como el monumental Palacio de la Paz y el palacio de la reina Beatrix.

Holanda es un país rico, donde la gente trabaja poco y mal, y cobra muchísimo. Desde lo que ha sido mi experiencia acá, las personas o son excelentes, o son pésimas. No hay puntos intermedios. En los negocios prima la desconfianza, el engaño y la mala fe. En la calle, el orden de preferencia es embarcación, bicicleta, moto, automóvil, y en último lugar… el peatón. La navegación es una actividad absolutamente libre, y no se requiere permiso, autorización, licencia, matricula o bandera de ninguna clase para zarpar. Navegar es algo tan trivial como caminar o andar en bicicleta. Los Holandeses son una nación ciclística y marítima, con una costa pequeña, sin bahías y muy expuesta al viento. Con el mismo viento que en Chile se cierran los puertos, los niños holandeses de siete años salen a trimar las velas...

Muchas gracias a todos los que nos han enviado mensajes de apoyo!
  • Name: Den Haag
  • Höhe: 0 m
  • Breitengrad: 52° 550North
  • Längengrad: 4° 160East

Comments


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    2012-09-24 23:38:44 hernani says: Suerte que em Amresterdan estava sol. Normalmente llueve .
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